Quien se
acuerda la fecha exacta pero si sé que fue hace algunos, varios, muchos ayeres
en que por alguna razón, que específicamente no puedo recordar, agarramos la
tradición del Chavelazo.
En ese
entonces vivíamos en la 27 poniente, numero incierto, cerca de la taquería Los Parados, famosa por estar abierta para los munchies trasnocheros
y por ser especialmente tolerante con los “pasaditos de copas,” y cerca del
famosísimo “parque de la muerte” mejor conocido como Parque los Ángeles (años
después me entere con tristeza que las leyendas de asesinatos, violaciones y
crímenes cometidos ahí solo vivían en la imaginación del taxista que nos lo
conto, en la realidad era un parque bastante común y nada interesante).
Jovenazas como estábamos andábamos viviendo la
resaca de los primeros años universitarios: las noches interminables, fiesta
tras fiesta, el derroche de alegría, la embriaguez de la recién adquirida
“independencia” (así, con sus respectivas comillitas), el desmadre y los años
dorados de “los imprudentes” (nombre
apócrifo que se designo a algunos distinguidos miembros de la comunidad
Chiapaneca residida en Puebla que gustaban de la bohemia y de la buena
convivencia).
Algo paso en ese lapso, algo nos impidió seguir con
la eterna alegría, seria el futuro incierto? (tan incierto como se puede ver a
los veintitantos), la creciente responsabilidad, los amores ingratos (algunos
arraigados desde hacia un tiempito, otros con aires argentinos, acabaditos de
llegar), el enfrentamiento con nuestras fallas académicas (algunas con forma de
escala musical, otras venían escupiendo anatomía, otras simplemente se llamaban
hastió), fue así, entre encuentros y desencuentros que un buen día nos sentamos
y sacamos ese par de discos, gastados hasta la ruina, de Chavela Vargas. Volver a España se llamaba la
compilación, maliciosamente robada de la colección de mis padres y altamente
reclamada por mi madre al darse cuenta de su desaparición. La magia fue
instantánea, en ese entonces nuestra mesita verde todavía tenía todas las
sillas intactas, se acuerdan?. Solo bastaron unas velitas dispersadas por la
habitación, la luz apagada, por aquello de la ambientación (y silenciosamente
de la economía), una botella de tequila y la caguama individual. Lo que fue una
reunión casual, se convirtió en un ritual obligado realizado casi todas las
noches durante aquella primavera del dos mil y pico (o seria otoño, quien se
acuerda caray). La favorita, Paloma Negra
obligadísimo unirse al coro desgarrador, mi favorita Cruz de Olvido. Entre caguama y tequila, se nos fueron las noches,
ladies only, por cierto, y entre platicas exorcizábamos las tristezas para
terminar coreando los éxitos de la gran Chavela (para descontento de mis
vecinos y algunos transeúntes despistados).
Asi se pasaron un par de buenos meses (quien los
cuenta), en donde todas nos entregamos a
la ominosa tristeza acompañada por la Chavela y envueltas en la camaradería que
solo los años y el cariño que nos tenemos pueden forjar. Todo dejamos en los Chavelazos, tristezas, secretos,
rendimiento académico, salud (mental y física, que caray), dejamos todo y nos
quedamos con todo también.
Hoy las convoco, a esas, las del Chavelazo (con todo y la exiliada cuyo
nombre omitiré por miedo a represalias), las que estuvieron, a las que les
contamos, las que se enteraron, las que todavía lo recrean, las que lo
añoramos, las convoco hoy que se fue nuestra Chavela, se nos adelanto decían
algunas…tómense esta botella conmigo, hoy y siempre mis hermanas, CHAVELAZO COMO NO!!!