domingo, 5 de agosto de 2012

Tómense esta botella conmigo (entre algunas ficciones y muchas verdades...)




Quien se acuerda la fecha exacta pero si sé que fue hace algunos, varios, muchos ayeres en que por alguna razón, que específicamente no puedo recordar, agarramos la tradición del Chavelazo.

En ese entonces vivíamos en la 27 poniente, numero incierto, cerca de la taquería Los Parados,  famosa por estar abierta para los munchies trasnocheros y por ser especialmente tolerante con los “pasaditos de copas,” y cerca del famosísimo “parque de la muerte” mejor conocido como Parque los Ángeles (años después me entere con tristeza que las leyendas de asesinatos, violaciones y crímenes cometidos ahí solo vivían en la imaginación del taxista que nos lo conto, en la realidad era un parque bastante común y nada interesante).

Jovenazas como estábamos andábamos viviendo la resaca de los primeros años universitarios: las noches interminables, fiesta tras fiesta, el derroche de alegría, la embriaguez de la recién adquirida “independencia” (así, con sus respectivas comillitas), el desmadre y los años dorados de  “los imprudentes” (nombre apócrifo que se designo a algunos distinguidos miembros de la comunidad Chiapaneca residida en Puebla que gustaban de la bohemia y de la buena convivencia). 

Algo paso en ese lapso, algo nos impidió seguir con la eterna alegría, seria el futuro incierto? (tan incierto como se puede ver a los veintitantos), la creciente responsabilidad, los amores ingratos (algunos arraigados desde hacia un tiempito, otros con aires argentinos, acabaditos de llegar), el enfrentamiento con nuestras fallas académicas (algunas con forma de escala musical, otras venían escupiendo anatomía, otras simplemente se llamaban hastió), fue así, entre encuentros y desencuentros que un buen día nos sentamos y sacamos ese par de discos, gastados hasta la ruina, de Chavela Vargas. Volver a España se llamaba la compilación, maliciosamente robada de la colección de mis padres y altamente reclamada por mi madre al darse cuenta de su desaparición. La magia fue instantánea, en ese entonces nuestra mesita verde todavía tenía todas las sillas intactas, se acuerdan?. Solo bastaron unas velitas dispersadas por la habitación, la luz apagada, por aquello de la ambientación (y silenciosamente de la economía), una botella de tequila y la caguama individual. Lo que fue una reunión casual, se convirtió en un ritual obligado realizado casi todas las noches durante aquella primavera del dos mil y pico (o seria otoño, quien se acuerda caray). La favorita, Paloma Negra obligadísimo unirse al coro desgarrador, mi favorita Cruz de Olvido. Entre caguama y tequila, se nos fueron las noches, ladies only, por cierto, y entre platicas exorcizábamos las tristezas para terminar coreando los éxitos de la gran Chavela (para descontento de mis vecinos y algunos transeúntes despistados). 

Asi se pasaron un par de buenos meses (quien los cuenta),  en donde todas nos entregamos a la ominosa tristeza acompañada por la Chavela y envueltas en la camaradería que solo los años y el cariño que nos tenemos pueden forjar. Todo dejamos en los Chavelazos, tristezas, secretos, rendimiento académico, salud (mental y física, que caray), dejamos todo y nos quedamos con todo también.
Hoy las convoco, a esas, las del Chavelazo (con todo y la exiliada cuyo nombre omitiré por miedo a represalias), las que estuvieron, a las que les contamos, las que se enteraron, las que todavía lo recrean, las que lo añoramos, las convoco hoy que se fue nuestra Chavela, se nos adelanto decían algunas…tómense esta botella conmigo, hoy y siempre mis hermanas, CHAVELAZO COMO NO!!! 


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